No simpatizar con los totalitarismos no implica que no se deba leer a Lenin o a Mao. Saber más acerca de las contradicciones del marxismo, o la imposibilidad objetiva de construir el socialismo. Lo mismo sucede con los nacionalsocialistas. La lectura del Mein Kampf te sitúa en un contexto social en el que un proyecto político nació con inminente fecha de caducidad, aunque para muchos siga vigente hoy. Y para saber más acerca de idearios y contenidos, o acercarte a ellos con espíritu crítico, no puedes quedarte en la superficie, hay que profundizar. Por eso, a la hora de realizar cualquier crítica es necesario hacerlo con objetividad, apoyándote en sólidos argumentos que vayan más allá de las simples banalidades.
En lo que concierne a la Iglesia, la lectura de San Juan de la Cruz – el príncipe de los místicos – te acerca a la obra y la espiritualidad de uno de los poetas más sublimes y misteriosos de la literatura española, para quien Miguel de Unamuno solo tuvo elogios. Independientemente de las convicciones de cada uno, sus reflexiones te hacen pensar acerca de la existencia. En otro contexto también la Teología de la Liberación adopta una postura muy crítica ante la pobreza y la lucha por los derechos civiles en Sudamérica. O el protagonismo de los curas obreros en Francia, en los años 50, que fueron acusados de comunistas por llevar adelante su obra de apostolado en los barrios más pobres de París. Cuando la sociedad le dio la espalda a los marginados, los sacerdotes estaban junto a ellos transmitiéndoles su apoyo.
Me quedo con la faceta liberadora y social que la Iglesia lleva a cabo con los desahuciados. Una labor por la que siento auténtico respeto. En los 80 la campaña “¡Como Dios manda!” ha sido la única acción de comunicación que me ha convencido por su claridad, contundencia y cercanía a la sociedad. Afortunadamente el concepto huía de la desfasada iconografía a la que suele recurrirse para evocar la fe. Ninguna otra acción la ha superado hasta hoy. Y eso es lo triste. La Iglesia podría estar más cerca de la sociedad, sobre todo de aquella que no la acepta. Y el Papa cada día lo hace posible.
Lo importante es que Francisco está resultando más natural y transparente que sus predecesores. Es claro y conecta con los públicos porque sus ideas venden. Es un hecho. Y la Iglesia lo que necesita en estos momentos son argumentos nuevos y buenos para afrontar infinidad de retos sociales que están enquistados desde hace décadas. Es un buen prescriptor, transmite muy bien las comunicaciones y los ciudadanos cada vez son más receptivos a sus mensajes. ¡Gracias a Dios!
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Gerardo Pérez